Matar a una
persona
Al final sé
qué se siente al matar a una persona. El tiempo pierde el aliento; aunque el
aturdimiento inicial rece por una reacción. Poder: en mis manos y el cerebro:
no hay dioses que vengan a impedírmelo, sólo yo. En el alma olvido y a la vez
recuerdos fugaces. La conciencia no está preparada todavía. Los ojos de la
víctima parecen dejar de observar a su alrededor, y mirar a los del verdugo,
que quizás le hace un favor. El miedo aparece y desaparece, como la vida, a
brazadas. Al fin comprensión: la muerte llega. La incógnita. La debilidad, como
un orgasmo, estalla por todo el cuerpo. La sensación de no ser ya humano o
pertenecer a la naturaleza. El cuerpo deja de funcionar: un fardo todo quieto y
sin respirar. La mente aún sigue a un ritmo lentísimo: ¿desaparecerá como el
sol cuando se pone? El alma: un insecto volador que sigue transportando la
energía como las abejas la miel... ¿Dónde estoy? Acabo de matarme y no sé si he
llegado al lugar adecuado: todo está en silencio. A oscuras. No puedo hablar.
Quizás me toque esperar que la energía de mi cuerpo despierte en un lugar mejor
o mi alma siga flotando perdida. Quizás mi cerebro lo controle todo en un rato
o deje de funcionar para siempre...