Hoy (10-8-2019)
hace 20 años que falleció mi adorado felino. Perdí a uno de mis mejores amigos,
que ahora… sigue siendo un ángel. Aunque a un buen amigo nunca se le pierde.
Ha sido el único ser, de los que he querido y
me han querido, y he perdido, del que me he podido despedir: y él de mí; aunque
algunos no puedan o quieran creerlo… Y tengo 6 ángeles más; aunque es verdad
que a dos de ellos no los pude conocer.
Un adorable salvaje. Precioso y elegante.
Fiel y encantador. Un hermano, también. Inteligente… y muchos más adjetivos que
llegan al corazón.
Hace
unos siete años le escribí un relato corto, o un cuento… Sólo lo había dejado
leer a dos personas: mi hermano se lo leyó a mi madre, a Helga, a la que también perdimos... No podían parar de llorar, como
me pasó a mí al escribirlo; pues es algo nuestro.
Entenderé que a vosotros no os haga llorar, o
no os guste, o no os diga nada, o no lo leáis…; pero hoy quiero dejarlo libre…
Es un relato más bien infantil; pero algunos
adultos llevan todavía dentro a ese niño que perdió a su amigo de raza no
humana, y a veces creo que es bonito, también, recordar…
Es una de
las primeras historias que escribí. He escrito y estoy todavía con varios
libros, de temáticas muy variadas: autobiografía, crisis Española, 2º Guerra
Mundial, homosexualidad, bisexualidad, fantasía, erótica, activismo, vampiros…;
aunque todavía no he probado suerte… También estoy con los trabajos que mi
madre dejó (poesía romántica, y obra de teatro para niños)… En algún momento
quizás nos conozcáis más. Ojalá…
Me he
dado cuenta, en Twitter, y en algunos Blogs que empiezo a seguir, sobre todo,
que algunos escritores comienzan compartiendo sus antiguos proyectos, etc… más
o menos. Es algo bueno de las redes, o de algunas de las personas que hay tras
las redes, que comparten y quizás te animan a algo que querías hacer...
Por mi parte estoy intentando apoyar a varios
escritores que he descubierto de este modo, y me parece genial. He descubierto
que me gusta leer a personas que de otro modo quizás no hubiera conocido.
Hoy mi
escrito se libera en honor a mi amigo felino… A Mickey. Mi Ángel…
MICKEY =^^=
Ahora,
Mickey era un ángel…
Catorce
años atrás, un día en el que no hacía ni muchísimo calor, ni frío, había
nacido: en la calle, mientras su madre lo mimaba, en medio del ruido del
tráfico, y las gentes que pasaban cerca de ellos, y quizás preferían no verlos,
mientras continuaban caminando y pensando en cosas primordiales o triviales…
Mickey tenía una hermanita: había nacido junto a él; pero un gran camión
de reparto, la había atropellado poco tiempo después, sin que nadie se diera
cuenta, a no ser su propia madre que intentó salvarla; mas no lo consiguió…
Era parecida a él aunque no tenía su
pelaje ni su color de ojos. Mickey era blanco, de angora, con una mancha de
pelo negro en medio de la cabecita (que poco después desaparecería), su
naricita, cojinetes y orejitas eran color rosa, y tenía ojos color
verde-amarillo-limón. Y esos ojos brillaban cegadores de vida, a través de
aquel, a veces, oscuro callejón, proyectándose rutilantes, iluminando aquel
sombrío y solitario lugar: quizás como pidiendo algo de atención y mimos a un
mundo lleno de corazones que no se paraban a escuchar. Personas que a veces, se
encontraban tan solas y faltas de cariño, como el propio Mickey y su mamá…
Éste era precioso, vivaracho y juguetón,
y quería muchísimo a su madre: blanca como él, aunque no de angora. Ésta lo
adoraba, y se pasaba el tiempo lamiéndole el suave pelaje, y cazando para él.
También le explicaba historias de cuando su antigua familia, vivía con ella:
los dos acurrucados, bajo la luz de las farolas de la calle vecina, le contaba
de cuando era pequeña, y su familia la cuidaba.
–¿Sabes, Mickey? –le preguntaba, mientras
éste se le acurrucaba más, y la observaba como si el mimoso vuelo de las
moscas, o el olorcito de las cenas del restaurante que de noche era blanco y
negro, y de día parecía azulado…, ya no le interesaran–, yo tenía familia
humana… y me quería muchísimo… Tenía mi propia camita, que era muy suave y
mullida, y me daban cosas muy sabrosas de comer… pero sobre todo, me sentía muy
querida…
–¿Qué pasó, mamá?
–Tuvieron muchos problemas… las personas
suelen depender de una cosa llamada ‘’dinero’’, y éste puede traerles bastantes
quebraderos de cabeza, de no pertenecerles… Parece que los que no tienen
dinero, necesitan que los que sí lo tienen les ofrezcan comida, como a veces
hacen con nosotros; empero la gente a veces no piensa en los demás, en si comen
o están calentitos. En si lloran o se sienten solos… y el dinero es lo que hace
que la gente coma, y duerma bajo protección. Aunque también sirve para cosas que
no alimentan, ni protegen ni los hacen felices pese a que puedan llegar a creer
que sí. La verdad –dijo la mamá de Mickey algo preocupada–, es que los que
acostumbran a caminar sobre dos piernas, y con zapatos de piel, son difíciles
de entender…
Luego sonrió a su hijito; puesto que
ellos no tenían porqué sufrir por eso.
Mickey miraba a su madre, interesado; incluso
sin entender demasiado bien.
–Mi familia humana tuvo que marcharse de
su casa, donde vivíamos todos felices, después de que ésta se fuera vaciando –dijo
su mamá mientras cerraba los ojos y pensaba en aquellos años de cariño, alegría
y calor.
–¿Por qué te abandonaron? –quiso saber
Mickey.
Su mamá abrió los ojos, y lo miró, con
tristeza, mientras su cola se movía, una vez.
–No querían abandonarme, estoy segura…
mas yo no era humana, y aunque supongo que en el fondo de sus corazones, les
supo mal hacerlo… resulté ser prescindible…
Mickey la miró, extrañado.
–¿Qué es ‘’prescindible’’? –quiso saber
mientras sus bigotes se movían y su naricita se arrugaba.
Su tierna mamá, le lamió la cabecita, un
momento, mientras él cerraba sus preciosos ojos, y continuó explicándole.
–Esa palabra significa que no le haces
falta a alguien.
Mickey la observó mejor.
–¿Sabes?, para mí, eres totalmente
imprescindible –le dijo, mientras la acariciaba con la cabecita, mostrándole
todo su amor.
–Mi pequeña nube de nata –le dijo ella
mientras se le escapaba una lágrima feliz.
Entonces,
él y su madre vivían en aquel rincón, donde intentaban pasar los días sin
llorar demasiado por la hermanita de Mickey, y sin pensar demasiado en el papá
de éste, que había desaparecido una noche, antes de que los gemelos nacieran.
–¿Qué pasó con papá? –quiso saber una de
esas noches, aquel curiosillo ser que se llamaba Mickey.
Su madre lo miró, mientras sentía una
pequeña punzada de dolor, al recordar la desaparición del papá de su hijo.
–La vida es desconocida –le dijo,
mientras lo arropaba–. Y las calles no son familiares… no sé exactamente lo que
le ocurrió a tu padre, pero una noche no regresó…
Él la miró, sintiéndose muy triste.
–Quizás él no nos quería lo suficiente… a
lo mejor éramos prescindibles para papá –dijo.
Su
madre lo acarició con dulzura.
–No: tu padre estaba esperando a
conocerte para mimarte y protegerte. También para enseñarte a ser valiente y
amable –aseguró.
Entonces Mickey sonrió feliz, moviéndose
sus larga y danzarina cola, distraída.
–¿Cómo era, mamá? –preguntó, mientras su
preciosa carita parecía un pequeño sol nocturno–, ¿cómo era mi papá?...
–Tu padre era precioso, y se parecía a ti
–le dijo, mientras le sonreía–. Tenía una cicatriz en la cara, y le faltaba un
ojo… de una pelea con un gato callejero…, y era muy fuerte…
–Yo quiero ser como él –dijo el pequeño,
mientras movía la cola, más rápido
Su mamá
sonrió complacida.
–Seguro que lo serás –dijo, cerrando los
ojos con lentitud.
–Cuéntame más cosas sobre papá –pidió su
hijo.
–Era muy cariñoso, y le encantaba la luna
llena… decía que lo que había tras ese agujero celestial debía ser precioso. Solíamos
sentarnos en los tejados, a observarla… –dijo añorada–. Le encantaba observar
el futbol por la televisión… y también le gustaban mucho los helados de nata;
aunque no lo hubiera admitido –añadió sonriendo entre recuerdos.
Mientras
tanto, Mickey y su mamá aguardaban pacientes y esperanzados, a que alguien los
alimentara, o les hiciera una simple caricia. Aquello solía ocurrir muy pocas
veces, así que los dos se tenían sólo el uno a la otra; mas eso ya era mucho.
Hasta que un fatal día, la mamá de Mickey
murió…
Aquel día, llovía por todos los días que
no había llovido, y los dos tuvieron que buscar cobijo en otro sitio, ya que su
refugio estaba cubierto de agua.
Mickey y su mamá caminaban bajo la
lluvia, mientras intentaban descubrir otro lugar en el que resguardarse de
aquella terrible tormenta que se había presentado sin avisar, la cual caía
ruidosa, mientras parecía no querer irse jamás.
Al poco rato, la mamá de Mickey, atisbó
un lugar en el que podrían descansar un poco, y secarse, entretanto el cielo
continuara enfadado.
–Mickey, he visto un lugar más adelante –dijo,
mientras se giraba para poder ver mejor a su hijo, a través del agua.
–De
acuerdo, mamá –le contestó él mientras sorteaba grácil los obstáculos y sus
orejitas se movían graciosas bajo la lluvia.
–Ten cuidado, porque los coches no
paparán –dijo ella, mientras vigilaba a éstos, cómo se desplazaban sobre las
mojadas calles.
Sin embargo Mickey no la escuchó: el agua
era demasiado ruidosa como para lograrlo; así que el pequeño continuó caminando,
mientras un deportivo avanzaba hacia él.
Su mamá, que se dio cuenta, abrió la boca
desmesuradamente, mientras corría hacia él a la par que su pequeño corazón
empezaba a sentir un profundo y gran temor; empero Mickey casi no recordaba quién
era; puesto que los faros del coche lo habían vuelto estatua temblorosa, y
parecía que iba a desaparecer bajo el ruidoso felino mecánico que corría entre
la noche y la lluvia como si no tuviera obstáculos…, mientras el agua
continuaba cayéndole encima, mojándolo por completo.
Y tristemente, el conductor no se fijó en
algo tan pequeño, parado debajo de aquella lluvia, que a duras penas lo dejaba
ver la calle.
La madre de Mickey consiguió llegar hasta
él, y atraparlo por el cuello con sus dientes, y entonces, mientras el
conductor creía ver algo; aunque sin estar completamente seguro, ésta lo lanzó
lo más lejos que pudo sirviéndose de toda su fuerza y voluntad.
Luego…, se escuchó un terrible ruido,
perdido entre la fría e inhóspita lluvia.
Mickey, que todavía no sabía lo que le
había pasado, se levantó del suelo, en donde había caído hecho una pelotita de
pelo, intentando reaccionar, y empezó a buscar a su madre, mientras la llamaba,
desesperado.
–¡¿Mamá?!… ¿Dónde estás? –gritaba,
mientras intentaba descubrirla en alguna parte.
Mas no contestaba, ni Mickey conseguía
encontrarla.
–¿Mamá? –preguntó, mientras sus lágrimas
empezaban a mezclarse con las de la lluvia.
Mickey buscaba, a un lado y a otro,
mientras no dejaba de llover. Su ánimo se hundía por entero, como el agua en el
pavimento.
Entonces, la vio… Tendida en el suelo, su
cuerpo sin moverse.
Mickey corrió hacia ella, mientras le
suplicaba a lo desconocido por no quedarse sin su querida mamá y porque se
encontrara bien… Tenía mucho miedo: éste lo recorría por completo, enfriándolo
algo más a su tétrico paso.
–Mamá –dijo, casi sin voz, al observar el
castigado cuerpo de su querida madre, allí tendida en la mojada, desierta y fría calle.
Pero ésta seguía sin hablar…
–Mamá, levanta… tenemos que resguardarnos
de la lluvia –dijo, el pequeño Mickey, sin poder dejar de llorar.
Entonces, su madre levantó la cabeza, un
poquito, intentando sonreírle.
–Mi pequeña nube de nata –dijo, mientras
un hilillo de sangre fluía de su boca.
Mickey sonrió, a la par que su
corazoncito latía algo más feliz.
–¡Mamá!
Empero las palabras siguientes lo hicieron
llorar como nada lo haría nunca jamás…
–Mickey… tienes que dejarme e irte de
aquí… la calle es muy peligrosa –dijo entonces su madre, mientras él le lamía
la cara.
El pequeño no entendía...
–No me voy a ir sin ti –aseguró.
–Me marcho a un lugar, a donde todos
acabamos marchándonos –dijo, mientras el hecho de pensar que su hijo se
quedaría solo, le producía muchísimo dolor.
–Quiero irme contigo –dijo su hijito.
–Tú no puedes acompañarme esta vez… tienes
que quedarte y vivir por mí… Aquí puedes encontrar a alguien que te quiera y
que te cuide… como si fuera yo…
–Nunca nadie me querrá como tú –dijo él, sintiéndose
el ser más desdichado del mundo.
Su madre intentó sonreír, a la par que
notaba que nunca más podría volver a sonreír a su hijito.
–Tienes que hacerme caso… estás en peligro,
si te quedas junto a mí… Hazme caso y vete muy lejos –pidió.
Mickey lloraba, sin saber qué hacer: todo
aquello era demasiado duro para alguien tan pequeño como él…
–Vete ya, y no dejes de mirar hacia delante…
–No puedo hacerlo…
–Escucha… las personas pueden ser buenas,
también: hay muchas de éstas… tienes que encontrar a alguien necesitado de tu
amor… y entonces… serás el ser más feliz del mundo…
Mickey la observó, mientras ella iba
cerrando los ojos lentamente.
–Mamá…
–Por favor, márchate ya… sabes que te
quiero más que a mi vida… ¿verdad? –preguntó, antes de cerrar los ojos por
última vez.
Sí: Mickey lo sabía; pues su madre había
dado su vida, para salvar la de su querido hijo.
Entonces, éste le lamió la cara lenta y
tristemente, por última vez, a la par que lloraba y repetía
<<Mamá>>, sin cesar, y se llevaba las lágrimas y la lluvia de ese
dolorido rostro, y entonces: cuando se dio cuenta de que su madre no volvería a
levantarse jamás, y que él no podía hacer nada por ella, echó a correr lo más
deprisa que pudo, repitiéndose dentro suyo, una frase : <<Te quiero,
mamá.>>
A
la mañana siguiente, Mickey despertó en un parque, entre unos matorrales,
mientras escuchaba la risa de un niño pequeño.
La noche anterior había corrido hasta que
no pudo más, y sintió que el corazón ya no le latía. Corrió por toda la ciudad,
evadiendo a los coches, mientras sus lágrimas mistificaban más su futuro.
Corrió hasta que encontró un lugar en donde esconderse y llorar a su mamá. Y
estuvo llorándola hasta que sus cansados ojos no se dieron cuenta y se quedaron
dormidos.
Mickey se incorporó, y olfateó el
ambiente. La noche anterior, había llovido mucho; pero ahora algo más arriba,
el sol intentaba que sus inseparables rayos no escaparan de él.
<<¿Por qué tenía que
llover?>>, se preguntó, mientras otras lágrimas se escurrían de sus ojos.
Recordó a su madre, entretanto intentaba
descubrir el más allá del cielo:
No obtuvo respuesta… Quizás más adelante…
Mickey
vivía en aquel parque: le pareció un lugar seguro, y agradable, y se sentía
solo; así que cualquier sitio podía valer… Solía comer los restos que la gente
abandonaba, y mantenerse escondido de las personas. Aunque a veces las palabras
de su mamá acudían a sus recuerdos: <<Escucha… las personas pueden ser buenas,
también: hay muchas de éstas… tienes que encontrar a alguien necesitado de tu
amor… y entonces… serás el ser más feliz del mundo…>>
Un
día, una niña de unos diez años lo descubrió. Paseaba junto a su madre y
hermano, y se habían separado un momento.
Mickey no se había dado cuenta de que
ella lo había visto: estaba pensando en su querida mamá, se sentía tan perdido
y triste sin su amor…
–Ángel –le dijo la niña, acercándosele
más.
Mickey dio un pequeño respingo, y se
escondió, temeroso.
–Minino… angelito… no te escondas, no voy
a hacerte daño –le dijo, agachándose y ofreciéndole una mano. Sus deditos se
movían, llamativos, para acaparar la atención de aquel hermoso y asustado
felino blanco que parecía tan solo y triste como si lo hubieran abandonado.
Mickey escuchó con atención, y descubrió
que podía entenderla: era fácil entender a alguien cuando te hablaba con cariño
y paciencia, aunque no hablaras el mismo idioma… quizás nunca antes lo había
hecho, porque nunca nadie lo había visto de verdad…
–¿Por qué te escondes? –le preguntó la niña–.
¿Estás solito? –preguntó entonces, sintiéndose triste.
Mickey maulló, triste también.
–Miau…
–Qué vocecita más linda tienes –dijo la
niña, sonriendo–. Ésa podría ser la vocecita de un pequeño y alado ángel
blanco.
A Mickey le empezaba a caer bien la
pequeña desconocida: era agradable, aquel primer contacto humano. Aunque Mickey
no se atrevió a salir, por el momento, de su escondite.
Ella se sentó junto al arbusto en donde
Mickey se escondía, y empezó a hablar con él mientras se acomodaba el
vestidito.
–¿Sabes?, acabamos de perder a mi abuela…
me siento tan apenada… –le dijo, a la par que sus ojos empezaban a irradiar
tristeza.
Mickey lo entendió. Sus corazones latían
algo más fuerte, casi al mismo tiempo.
–Tampoco tengo padre… está vivo, no nos
quería…, ni a mi madre, ni a mi hermano, ni a mí… Resultamos ser totalmente
prescindibles para él –confesó al felino.
Mickey pensó que tenían cosas en común.
Entonces, la desconocida empezó a llorar,
y dio dos pasos hacia ella, sin ser por completo consciente de que lo hacía.
Recordó las palabras de su madre, notando que empezaba a sentir algo por
aquella pequeña. Algo parecido al sentimiento que compartían él y su mamá.
–Miau…
La niña levantó la cabeza, y lo miró, una
feliz sonrisa trataba de secar las tristes lágrimas.
Mickey avanzaba hacia ella, con la
cabecita aún algo gacha, olfateándola.
–¿Entonces, quieres ser mi amigo?
–preguntó la niña, esperanzada.
Él se quedó a su lado, sentándose, su
cola moviéndose, alegre.
–Parece que sí…
Ella alargó la mano, cautelosa, y
entonces Mickey se dejó acariciar. Primero, sus dedos rozaron al felino, sintiendo
su dulzura y llenándose de ésta. Luego, sus manos lo mimaron, haciéndolo sentir
a gusto entre ellas.
A Mickey aquellas caricias le parecieron
algo muy cálido, y sintió que su alma se reconfortaba, por fin.
Aquella personita se sintió muy feliz, al
comprobar que su nuevo amigo le respondía.
El felino se sentó en las piernas de la
niña, y le lamió la barbilla, con su rasposa lengua, haciendo reír a ésta por
las cosquillas.
Aquella niña, ya se había encariñado
irremediable y auténticamente de aquel ser especial… y ese sentimiento sería de
por vida.
–Me gustaría llevarte a casa, conmigo y
mi familia –dijo, soñadora–. Y creo que a mamá no le importará… ¿Te gustaría
vivir con nosotros? –le preguntó, acariciándolo siempre con dulzura. Su
agradable peso la reconfortaba.
Mickey la observó: podría ser
interesante, intentar vivir con ellos… si su familia se parecía a ella, Mickey
se sentiría muy bien. Estaba seguro. Podrían compartir el cariño y la compañía.
Entonces, una voz cantarina llamó a la
niña.
–¡Natalia!, ¿dónde estás?…
Era Toni, el hermano mayor de Natalia. Éste
apareció de repente, con una pelota de futbol en los pies, y una sonrisa en el
rostro. Los dos niños tenían el cabello negro y rizado. Los ojos de Toni eran
castaño oscuro, y los de Natalia oscuros, y parecían simpáticos y cariñosos.
Sus carnosas sonrisas eran francas y frescas.
Mickey no se movió: descubrió que no
tenía miedo de los niños.
Natalia le sonreía, acercándose su
hermano a ella y a su nuevo amigo.
–¿De dónde ha salido? –preguntó Toni,
señalando a Mickey.
–Estaba escondido entre ese matorral –contestó
su hermana, mientras continuaba calmando al felino. Debía tener miedo, y creo
que está solito…
–Pobrecito –dijo Toni, agachándose y
acariciando a Mickey entre las orejitas.
Éste se dejó acariciar por el hermano de
su nueva amiga: continuaba moviendo la cola y observándolos fijamente.
–Sí: todavía es pequeño, puede que haya
perdido a su familia –dijo Natalia, pensando en lo triste que debía sentirse
aquel ser vivo, y en lo felices que podían hacerse, mutuamente–. ¿Crees que
mamá nos dejará tenerlo? –preguntó. Aunque ya sabía que su madre los quería
mucho, y también le gustaban los gatos: esos seres injustamente tratados de
solitarios, con un corazón lleno de elegancia y vida.
–No creo que haya ningún problema
–aseguró Toni, sonriendo. ¡Vamos a pedírselo! –dijo, poniéndose en pie.
Mickey los escuchaba, sin dejar de
mirarlos: algo bueno estaba por sucederle…
–¡De acuerdo! –dijo Natalia.
Entonces ésta se levantó, sujetando a
Mickey con suavidad, y con él en sus brazos, los dos niños se dirigieron hasta
donde se encontraba su madre, que ya los echaba en falta.
Estaba sentada en un banco, esperando a
sus hijos, escribiendo poesía e intentando no llorar demasiado por el inmenso vacío
que la amorosa abuela de los niños había dejado, y los vio llegar, con el
felino a su lado, y volviendo a sonreír, pensó que su familia había aumentado.
–¡Mamá! –gritaron alegres, los dos hermanos
a la vez, acercándose
Su madre era muy simpática y guapa, toda
amor y dulzura; aunque algunos no valoren esas cualidades... Ahora esbozaba una
alegre sonrisa, mirando al nuevo amigo de los niños.
Mickey la miró, también, pensando en su
propia mamá: la madre de los niños ya le gustaba.
Los dos hermanos se sentaron junto a
ella, con Mickey en los brazos de Natalia aún.
–¿Quién es? –preguntó Chelo, que así se
llamaba la madre de los niños, acariciando a Mickey, que cerraba los ojos por
el placer de aquel contacto, y tantos mimos recibidos ese día.
–Es Ángel –dijo Natalia, sin haberlo
pensado.
Toni la miró, sorprendido.
–¿Así que ya le has puesto nombre, eh?
–preguntó su madre, sin dejar de sonreír de manera bondadosa.
–Sí –dijo Natalia, sonriendo, también–.
¿No os parece un ángel?, tan blanco, puro y hermoso –preguntó, observándolos a
todos.
–Sí que lo parece, sí… pese a que le hace
falta un baño –dijo Toni, asintiendo.
–Sí, y algo de comer –dijo Chelo, que se
imaginaba que la comida no debía sobrarle.
–Entonces… ¿lo llevamos a casa? –preguntó
Natalia, con sus ojos vestidos de ilusión.
Su madre los miró a todos: parecían tan
contentos…
–Sí: ahora seremos uno más –dijo Chelo
con una sonrisa que albergaba briznas de la tristeza reciente pero que podía
prometer menos tristeza en un futuro…, entretanto los pequeños reían felices.
Mickey los observó: parecían tan contentos…
él mismo, estaba feliz… ¿podía ser todo cierto?… <<Mamá…>>, pensó
Mickey, sintiéndose todavía triste; aunque por todos lados mimado.
Al llegar a casa, lo alimentaron, sin
dejar de observarlo: Mickey comía muy rápido, a la par que los ojos se le
cerraban complacidos, tenía mucho hambre…; aun así no estaba delgado del todo,
y su pelo y ojos brillaban.
Luego, Natalia y su madre lo bañaron: a
Mickey el agua no le encantaba en verdad y lo salpicaba todo... Y Toni fue a
comprar su nueva camita.
Al poco rato, entretanto la familia
cenaba, aquel especial felino los observaba en su nueva casa, su cabecita y
cola cómodas y aún curiosas… y se sintió muy, muy feliz; aunque todavía
extrañaba a su mamá. De algún modo: siempre la extrañaría… porque él era parte
de ella... y el amor no sólo atañe a los humanos
Por la noche, Mickey, o ahora Ángel,
dormía enroscado como un pequeño sol, seguro y feliz, por primera vez, después
de mucho tiempo, en casa de su nueva familia.
–Que descanses, angelito –le dijo Natalia,
antes de darle un beso en la cabecita, y acostarse–. Mi abuela Mercedes te
hubiera querido muchísimo –añadió sonriendo con tristeza, unas lágrimas
brillando entre sus pupilas como las estrellas que tanto le gustaban a su
abuela.
Ángel había mirado al cielo, una lágrima
de dicha se escapaba de uno de sus ojitos… recordó a su mamá. <<Mamá, he
encontrado a alguien que me quiere tanto como tú>>, pensó. Y otra
lágrima: ésta de tristeza, se le derramó. Pero se prometió no llorar demasiado,
para poder llenar de júbilo a quienes tanto le habían dado en tan poco…
Luego, se durmió y tuvo tranquilos sueños.
Ahora no había otros animales más fuertes que él, rondándole e intentando
atemorizarle, y ahora la lluvia no lo despertaría ni lo mojaría más.
A
partir de aquel día, Ángel vivió feliz, entre los brazos y los mimos de su
nueva familia. Todos compartieron el amor que tenían en sus corazones.
<<Cuánta razón tenías, mamá…>>, pensaba a veces Ángel. Mickey…
Éste
se hacía grande, a la vez que los niños se hacían mayores, y todos continuaban
queriéndose mucho; pues no todos los seres humanos están vacíos de ese
sentimiento único y maravilloso que se llama ‘’amor’’… Ángel llegó a quererlos
tanto o más que a su querida mamá, y aquella familia, lo querían tanto como si
él fuera otro hijo más… Él había hecho que los tres se sintieran sumamente
felices, y que las penas fueran menos, al observarlo allí, a su lado, con aquel
puro y desinteresado amor, y aquella fidelidad, como pocas personas tienen.
Mientras que ellos lo llenaban de cariño y caricias.
A Ángel le encantaba dormir sobre las
zapatillas de Natalia o Toni, o simplemente adorar a la madre de éstos, con sus
miradas. Le encantaba quedarse a dormir en la habitación de Natalia, después de
pedir educadamente permiso, rascando su puerta, mientras ella dibujaba o leía…,
o dormir en la habitación de los demás; ya que los quería a todos por igual. Le
gustaba la luz del sol: solía cerrar los ojos y olfatear el ambiente, mientras
la recibía, y observar a los pájaros a su alrededor, mientras éstos lo
observaban a él: sus gráciles y elegantes movimientos. Cuando dormía, se le
veía feliz y despreocupado, como si la
palabra ‘’miedo’’ no existiera. Y le encantaba que los hermanos le dieran de su
comida, pues era un goloso. Le gustaba mucho ponerse delante de la estufa en
invierno, hasta que algunos pelos de su cola se chamuscaran… Adoraba recibir a
su familia, al volver del trabajo, de la escuela, o de pasear, mientras
maullaba alegre. A veces, se ponía delante de la tele, como esperando que lo
miraran a él… y así ocurría. Era precioso y un mimado. También hacía
travesuras… como todos, pues todos hemos sido pequeños, juguetones y algo
despistados. Pero era un gran amigo… quizás el mejor amigo… Toni solía jugar
con él, y acariciarlo en la barriguita, mientras que Chelo lo consentía,
dándole lo que más le gustaba de comer. Ver cómo se aseaba, mientras su lengua
mojaba su patita y esta se paseaba por su carita, despeinando su hermoso pelo,
mientras cerraba sus preciosos ojos como un niño pequeño… U observar cómo su
cola subía y bajaba, lenta y rítmica, al son de las canciones que le cantaba
Natalia. O fijarse cómo cerraba los ojos complacido, después de mirar a su
querida familia… Era encantador.
–Sólo le falta hablar nuestro idioma
–decía Chelo.
Natalia solía colocarle sombreritos, o
los cascos de su equipo de música, mientras él, tomaba paciencia. También
solían hacerle fotos con muñecos de peluche, en las que salía precioso. Natalia
lo abrazaba y le explicaba sus penas y secretos, mientras lo acariciaba. Por
supuesto, no podía ayudarla mas que siendo paciente y escuchándola; mas eso era
mucho; ya que Natalia se sentía mejor después de ‘’charlar con él’’.
–¿Sabes?, hoy me siento triste –podía
decirle Natalia, mientras sus lágrimas mojaban la cabecita del felino, a la vez
que ella olía su dulce e intenso perfume.
Entonces Ángel maullaba, y le hacía
reconfortantes caricias. Luego ella le acariciaba el cuello, mientras él movía
su hocico y cerraba los ojos complacido. A ésta le encantaba cogerlo en brazos
y mimarlo, y a él… le gustaba ser mimado. Para Natalia era un ser muy especial
y muy querido. Y era su mejor amigo. Realmente lo quería muchísimo…
–Siempre te querré –le dijo un día–,
aunque sea una viejecita, te seguiré queriendo hasta que me muera, porque tú
eres mi ángel –dijo, sin pensar que él pudiera desaparecer de su lado, alguna
vez...
Y
un día…, pasó algo terrible…
Aquel día, la familia se había reunido en
el jardín de la casa, para celebrar una buena noticia. Ahora, Ángel era mayor,
y su vista no era la misma de un tiempo atrás. Sus huesos no eran tan jóvenes,
tampoco; no obstante todos le querían igual, o más que antes.
Ese día, Ángel estaba muy cansado y
prefirió quedarse en su camita durmiendo, mientras su familia celebraba la
buena noticia. Él estaba feliz de ver y escuchar la alegría de los suyos…,
mientras ellos no podían imaginar que muy pronto perderían a su querido ángel.
Al cabo de un rato, Natalia fue a ver a
su amigo, mientras sostenía una enorme gamba en su mano. Sonreía, al imaginar
lo rápido que la gamba desaparecería en la boca de Ángel, pues siempre le
habían gustado mucho…
–¡Vidita! –llamó entonces.
Pero no contestaba.
Se acercó hasta su camita, mientras
sentía que algo demasiado triste se apoderaba de su corazón. No era normal que
su amigo no estuviera ya en pie…
Y así resultó: se había dormido para
siempre. Aunque su expresión era sumamente feliz, por todo el amor que había
recibido…
Ángel se había ido de este mundo, para
encontrarse, quizás, con su verdadera madre, su hermanita, y tal vez con su
padre. Había abandonado a su familia humana, por desgracia; aunque ésta lo
recordaría por siempre jamás…
Antes de dejar a Natalia y a los suyos, se
acordó de su verdadera madre: <<Mamá, creo que vuelvo contigo, espérame…>>,
pensó. Luego, se acordó de las palabras de la primera persona que había conocido
y que le había mostrado su manita y cariño: <<Natalia, yo también os
querré siempre…>>
Después
del entierro de Ángel, en donde Natalia colocó con cuidado, al lado de su
angelito, la cinta de pelo favorita de ésta, dijo unas palabras, mientras sus
oscuros ojos, lloraban honda y tristemente y su corazón pensaba en el amigo al
que ahora sólo podría ver, escuchar y sentir en sus pensamientos y sueños; pero
el amigo que continuaría viviendo en su corazón, hasta que ella muriera
también:
–Ahora…, nuestro Ángel… es un verdadero angelito…
un ángel con alas de angora…
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