Estaba teniendo un ataque de pánico: el corazón palpitaba tan rápido que creía que iba a morir de un infarto, como le ocurrió al tío Albert…
Cada vez más, más rápido, como si se le fuera a escapar por la boca, como los insultos que los niños de la escuela escupían casi a diario…
O como si fuera a implosionar, dejándolo sin vida y tieso, como la cola del perro del vecino cuando estaba alerta…
Tenía que ser precisamente en la noche de Halloween cuando ocurriera aquello; pero esa noche, de algún modo, en su caso, ocurría a diario: vivía con el demonio, y cada vez que aparecía por la puerta lo petrificaba.
Su padre llegaba borracho: cada vez más, después de perder a su madre, y de perder la cabeza. Se había vuelto loco… y era malo, siempre lo había sido: estaba seguro de que cuando su madre cayó por las escaleras, fue su padre el que la empujó.
Algunos pensaban que bebía por el dolor: él sabía que era por la herencia que su madre le había dejado a él: a su hijo, y que el padre no podía tocar. Había una cláusula que decía que si al niño le pasaba algo malo o moría en circunstancias sospechosas, el dinero pasaba automáticamente al orfanato en el que creció su madre. Y era mucho dinero: a su madre le había tocado la lotería apostando con la fecha del nacimiento de su hijo.
Así que el demonio llegaba cada noche, malhumorado, bebido y frustrado, con ganas de tirarlo por las escaleras, seguramente; aunque si lo hacía, se quedaría en la calle…
Aquella noche, harto tal vez de ver a niños felices, pidiendo caramelos por la calle, el demonio había sacado su antiguo rifle de caza, y lo paseaba junto a su hijo, en dirección a la ventana, desde donde se veía, a lo lejos, el orfanato en el que su mujer pasó muchos años esperando a ser madre.
Lo que le provocaba el ataque de pánico, que no quería remitir y lo estaba volviendo loco, era ver cómo su demonio particular volteaba la cabeza, con esa sonrisa de dientes cada vez más largos, y dejaba que el rifle lo apuntara mientras le gritaba: ‘’PAM, PAM, PAM’’…
Cuando creía que iba a morir entre sudores, palpitaciones ensordecedoras y perdida del habla…, ocurrió…
Se disparó el arma… y murió al explotarle en la cabeza.
El demonio dejó de respirar: le había salido el tiro por la culata, literalmente, y ahora al niño se le empezaba a calmar el corazón. Por fin.
Un relato escalofriante. Ideal para Halloween. Pobre niño.
ResponderEliminarGracias por leerlo! Si yo te contara... Un abrazo!
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